Las cosas que me diferencian de un agujero negro son menos de las que me asemejan a uno.
Lo que quiero decir con esto es que, para poder llegar a una buena descripción de mí misma, sin decir ningún adjetivo (porque el problema con esto es que no se me puede definir; soy ese adjetivo y también su contrario) lo mejor es utilizar una metáfora.
Soy un agujero negro. Mientras los demás son estrellas, planetas, asteroides, lunas, unos más antiguos, otros más jóvenes, unos más fríos, otros más cálidos, con diferentes tamaños y colores, y con diferente cantidad de lunas o anillos a su alrededor, yo soy un vacío negro.
Un vacío atractivo, misterioso, donde no se sabe qué pasará, qué habrá al otro lado. Si te acercas demasiado, su magnetismo te atraerá; pero ten cuidado, es sólo para destruirte al final. Es una oscuridad que lo abarca todo, que quiere más y más, que atrae a todos los que se acercan y los sume en una profunda oscuridad.
Y, tristemente, es así. Todos los que se preocupan por mí o me quieren, caen en una espiral terrible de preocupaciones hacia mí, de no saber cómo actuar; porque un día quiero cariño y al otro día no quiero que me toquen, porque a veces la persona tiene que recordarme que está aquí para mí, que no me va a fallar aunque yo crea que sí, etcétera.
Y de verdad, lo siento mucho. Lo siento a todos aquellos que lograron aguantarme y a los que les di la espalda. Pero conmigo es un "o lo tomas, o lo dejas". Soy así, y me es imposible cambiar, porque es la sangre que corre por mis venas; está en cada célula de mi ser.
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