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sábado, 29 de agosto de 2015

Al borde de la locura.

Es increíble cómo una pequeña frustración como no encontrar las llaves puede sacar lo peor de mí y hacer que me de una crisis de ansiedad, o lo que sea que me haya dado, que me den ganas de morir y que no pueda parar de llorar, con un nudo que me oprime el estómago de una forma impresionante, que me sienta sola, abandonada, sin solución y sobre todo en un extremo de desesperación imparable. Es un vacío indescriptible, más vacío que el mismo vacío, es la nada, es sentirse completamente desolada y sin remedio.

No sé que hacer. Tengo miedo. Tengo miedo de que no funcione la terapia que comience esta vez, como todas las veces anteriores, pero esta vez sabré que se han agotado las opciones. ¿Qué voy a hacer si no hay nada que me cure? No puedo vivir así. Pero tampoco quiero matarme porque no quiero hacer daño a los que quiero. Siempre se va a tratar de complacer a otros, y nunca de hacer lo que yo realmente quiero hacer. Pero es así, prefiero su felicidad a la mía, así que estaré condenada a vivir en este mundo sufriendo, porque al parecer prefieren que esté pero mal a que no esté (y probablemente feliz, porque si muero habré escapado de mi cerebro definitivamente).

Es curioso como he acabado sintiéndome así, con lo prometedor que parecía ser todo (en teoría, teniendo en cuenta mi familia y mi educación, y demás porquerías). Miro fotos de cuando era pequeña y me entristece. No porque me parezca chocante comparar, si no porque incluso desde pequeña ya me notaba distinta. No tenía amigos, hablaba con los animales y las plantas, a las que me parecía oír responderme (no era nada que yo pudiera comprender, pero sonaba como muchos pájaros piando al mismo tiempo).
Vivía en mi pequeño mundo particular, me gustaba hacer cosas sola; pintaba, aprendí a tocar el piano sola, empecé a leer a los 4 años, y desde siempre viví para adentro. Mientras mi hermana sabía, como todos los niños normales en la niñez, expresar sus emociones, sus rabietas, llorar cuando lo necesitaba y gritar cuando se enfadaba, yo nunca pude. Yo me escondía en las sombras, y pronto gané el título de tranquila y buena. Y tímida. Nadie se puso a pensar en que, como todo ser humano, yo también sentía lo mismo que todos pero que no lo expresaba porque no podía. Por ende, nadie se preocupó en preguntarme o en sonsacarme lo que sentía. Y es así como empecé a cargarme el cuerpo con emociones y sentimientos tóxicos que nunca llegué a expresar, que nunca fui capaz de contar porque yo misma me sentía ridícula y avergonzada de mi misma, por sentir, por enfadarme, por estar triste. Siempre sintiéndome culpable, no queriendo preocupar a terceros. Sonriendo más de lo que se me pedía, haciendo gracias, siendo "la feliz y alegre", como si fuera una máscara para esconder "mi verdadero yo". Ese "yo" que no sé qué es, y creo que nunca lo sabré.

Por tanto, una vez todos aquellos seres queridos lo suficientemente queridos como para saber sobre mi situación actual se enteraron de cómo estaba, de que estaba hecha un verdadero trapo, se sorprendieron. "¿Cómo? ¿Candela? ¡Pero si ella fue siempre súper alegre y feliz!" Ahí está el quid de la cuestión.
Por ejemplo puedo poner el sorprendente suicidio de Robin Williams, un actor de COMEDIA, y al que siempre se lo había visto feliz, y con "aparentemente ningún motivo para estar mal". Ahí lo tienen.

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