Te encuentro dentro mía, y es la primera vez en la que no dudo que estés aquí.
Otras veces, creía que habías venido, pero no. Eras simplemente un reflejo, una sombra, alguien parecido a tí que se disfrazaba intentando engañarme. Muchas veces lo creí, lo creí y luego me engañaron. Porque después de todo este tiempo me he dado cuenta de que cuando estás, no hay duda de que has venido. ¿Cómo estar tan segura? Pues bien, la felicidad no viene dada por nada que haya pasado externamente. Ya que, si eres realmente feliz, todo lo que pase alrededor tuyo casi ni te afecta. La felicidad viene de dentro. Es un saber estar, un saber vivir, aprovechar, disfrutar. Cada momento, cada palabra que escribes, cada palabra que lees. Es amor puro.
Cuando amas a alguien, no te pierdes ni un detalle de esta persona, sus lunares, el brillo de sus ojos, sus gestos, su boca... Y deseas que el tiempo que estás pasando con ella sea eterno, que no se acabe nunca.
¿Qué pasa si tenemos amor hacia la vida? O mejor dicho ¿Qué pasa cuando somos realmente felices?
Este amor se extiende hacia todas las cosas y, aún más importante, hacia uno mismo. Por lo tanto, cocinas saboreando el momento, oliendo cada partícula, viendo cada color. Riegas las plantas observando como la tierra absorbe las gotas y como las hojas tiemblan tras recibir los golpecitos de la pseudo lluvia cayendo encima de ellas. Cuando vas en bicicleta por la calle respiras hondo cada perfume de u ciudad, del campo, aprovechas cada paisaje para escudriñarlo con los ojos. Delicada e intensamente. Así es como hay que vivir la vida. Aquí se encuentra la verdadera felicidad, la cual defino como un continuo disfrute, y no la falsa idea de "felicidad" que nos viene dada mediante descargas eléctricas de endorfina que duran sólo unos pocos segundos.
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