Te encuentro dentro mía, y es la primera vez en la que no dudo que estés aquí.
Otras veces, creía que habías venido, pero no. Eras simplemente un reflejo, una sombra, alguien parecido a tí que se disfrazaba intentando engañarme. Muchas veces lo creí, lo creí y luego me engañaron. Porque después de todo este tiempo me he dado cuenta de que cuando estás, no hay duda de que has venido. ¿Cómo estar tan segura? Pues bien, la felicidad no viene dada por nada que haya pasado externamente. Ya que, si eres realmente feliz, todo lo que pase alrededor tuyo casi ni te afecta. La felicidad viene de dentro. Es un saber estar, un saber vivir, aprovechar, disfrutar. Cada momento, cada palabra que escribes, cada palabra que lees. Es amor puro.
Cuando amas a alguien, no te pierdes ni un detalle de esta persona, sus lunares, el brillo de sus ojos, sus gestos, su boca... Y deseas que el tiempo que estás pasando con ella sea eterno, que no se acabe nunca.
¿Qué pasa si tenemos amor hacia la vida? O mejor dicho ¿Qué pasa cuando somos realmente felices?
Este amor se extiende hacia todas las cosas y, aún más importante, hacia uno mismo. Por lo tanto, cocinas saboreando el momento, oliendo cada partícula, viendo cada color. Riegas las plantas observando como la tierra absorbe las gotas y como las hojas tiemblan tras recibir los golpecitos de la pseudo lluvia cayendo encima de ellas. Cuando vas en bicicleta por la calle respiras hondo cada perfume de u ciudad, del campo, aprovechas cada paisaje para escudriñarlo con los ojos. Delicada e intensamente. Así es como hay que vivir la vida. Aquí se encuentra la verdadera felicidad, la cual defino como un continuo disfrute, y no la falsa idea de "felicidad" que nos viene dada mediante descargas eléctricas de endorfina que duran sólo unos pocos segundos.
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domingo, 28 de febrero de 2016
À la folie
Siempre he pensado que mi forma de pensar y de ser, es decir, mi personalidad, se corresponde con la de una chica francesa. Esta idea comenzó con la primera persona que conocí y llegué a admirar con una fuerza indescriptible, sin precedentes en otra persona que no fuera mi familia más próxima, ya que evidentemente admiro por naturaleza a mis padres.
Ella se llamaba Flora. Teníamos 12 años cuando nos conocimos en el instituto. Yo siempre la había admirado de lejos, pues ella era siempre lo que yo era pero no podía mostrar por miedo a lo que dijesen los demás. No le importaba estar sola, leyendo, sentada en un banco del parque en la hora del recreo. Tampoco le importaba lo que pensaran de su forma de vestir, que destacaba por mostrar su personalidad; alocada y colorida. Cuando nos hicimos amigas yo me sentí por primera vez en mi vida realmente comprendida. Me ayudó a ver que ser uno mismo no tenía nada de malo, me ayudó a crecer.
Después de unos meses en España volvió a Francia, dejando un hueco muy grande en mi vida que me costaría llenar.
No obstante, el hecho de conocerla me llevó a poder visitar Francia al ir a su casa a verla; conocí su entorno, su familia, sus amigos y amigas. Nací de nuevo. Me sentía realmente cómoda.
Me enamoré por primera vez de Francia. Por segunda, tercera y cuarta vez, en distintas ocasiones que sobrevinieron a este viaje. Volví a ir a ese mágico y libre país, y volví a regresar, pero siempre llevándome algo más. Es como si cada vez que fuese, descubría algo más sobre mi personalidad que estaba escondido. Mi amor por todo lo que conlleva Francia es demasiado grande, demasiado indescriptible, y creo que viene dado por esa primera experiencia.
No sé, siento que tenía que decirlo.
Au revoir
Ella se llamaba Flora. Teníamos 12 años cuando nos conocimos en el instituto. Yo siempre la había admirado de lejos, pues ella era siempre lo que yo era pero no podía mostrar por miedo a lo que dijesen los demás. No le importaba estar sola, leyendo, sentada en un banco del parque en la hora del recreo. Tampoco le importaba lo que pensaran de su forma de vestir, que destacaba por mostrar su personalidad; alocada y colorida. Cuando nos hicimos amigas yo me sentí por primera vez en mi vida realmente comprendida. Me ayudó a ver que ser uno mismo no tenía nada de malo, me ayudó a crecer.
Después de unos meses en España volvió a Francia, dejando un hueco muy grande en mi vida que me costaría llenar.
No obstante, el hecho de conocerla me llevó a poder visitar Francia al ir a su casa a verla; conocí su entorno, su familia, sus amigos y amigas. Nací de nuevo. Me sentía realmente cómoda.
Me enamoré por primera vez de Francia. Por segunda, tercera y cuarta vez, en distintas ocasiones que sobrevinieron a este viaje. Volví a ir a ese mágico y libre país, y volví a regresar, pero siempre llevándome algo más. Es como si cada vez que fuese, descubría algo más sobre mi personalidad que estaba escondido. Mi amor por todo lo que conlleva Francia es demasiado grande, demasiado indescriptible, y creo que viene dado por esa primera experiencia.
No sé, siento que tenía que decirlo.
Au revoir
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